La magia del aire, según Carlos Ulanovsky

Por Carlos Ulanovsky (para la Revista Caras & Caretas)

En la Argentina, y en el mundo, la radiofonía cumple un siglo. De la mano de jóvenes pioneros que experimentaron colgando antenas en terrazas del centro porteño, el nuevo medio se abrió camino y conquistó los hogares. Repasamos ese derrotero, que construyeron y al que siguen aportando miles de artistas, locutores y periodistas.

La del 27 de agosto de 1920 fue una noche mágica: desafiando la imaginación y los conocimientos de la época, que no eran tantos, un cuarteto de muchachos que ya desde diez años antes perseguían la idea de transmitir sonidos a distancia, pusieron en el aire la transmisión inaugural de radio en la Argentina. En la aventura se confabularon unos chicos de familias bien de Barrio Norte, amigos entre sí, radioaficionados, melómanos, creativos, anticipados a la superstición argentina de atar todo con alambre. El líder indiscutido del grupo era Enrique Telémaco Susini, recibido de médico, especializado en otorrinolaringología e interesado en los efectos y transmisiones eléctricas y sonoras en el cuerpo humano. En 1918, luego del fin de la Primera Guerra Mundial, Susini viajó a Europa por encargo de la Armada argentina, en donde había conseguido su primer trabajo, con el fin de estudiar los efectos que los gases asfixiantes y paralizantes utilizados durante los combates tenían sobre las vías respiratorias. Se podría afirmar que Susini aprovechó muy bien ese paso por el Viejo Continente. Era avezado intérprete de piano desde chico, por lo que a la par de inspeccionar los frentes de batalla todavía humeantes, también se vinculó con maestros a los cuales pudo demostrar sus dotes. Pero, con sus intereses muy presentes, encontró, casi en estado de abandono, equipos de transmisión de rezago que habían pertenecido al ejército francés, válvulas marca Phaté y lámparas marca Metal que tuvo a bien reunir. Con todos esos equipajes regresó a la Argentina, y esos elementos, precarios, fueron básicos para hacer realidad la primera transmisión. Sus restantes compañeros eran su sobrino, Miguel Mujica, de 18 años, Luis Romero Carranza y César Guerrico, también estudiantes de Medicina. Una vez consumada la hazaña inicial, ninguno de ellos olvidó los nombres de los radioaficionados Bellocq y Ricaldone y de los inquietos Ernesto Pita Romero e Ignacio Gómez Aguirre, que los secundaron durante tiempo en similares obsesiones.

LOCOS ELLOS

Los iniciadores soportaron el típico frío de agosto porteño tendiendo cables desde la terraza de la casa de remates Guerrico y Williams (familiares de César Guerrico) hacia el interior del teatro Coliseo, sobre la calle Charcas, familiarizando al transmisor de cinco vatios de potencia con bobinas, transformadores, condensadores y con el micrófono para sordos, el único que habían conseguido, ubicado en un lugar estratégico, cercano al escenario. Aquella noche, el telón se levantó para que un elenco argentino, en donde brillaron la soprano Sara César y el barítono Aldo Rossi Morelli, secundados por la orquesta del teatro Costanzi, de Roma, interpretara el festival sacro Parsifal, de Richard Wagner. Se calcula que la transmisión radial llegó a unos 50 receptores accionados por la piedra galena que funcionaban en Buenos Aires. Por su modo tan atractivo de meterse en materias tan complejas, y en especial por su incansable merodear por techos ajenos y exposición en las alturas, el cuarteto recibió el mote de “los locos de la azotea”. Cuando se cumplieron 50 años de ese acontecimiento, los pioneros fueron homenajeados en un acto realizado en el mismo teatro Coliseo.

A la hora de los agradecimientos, Susini dijo: “Quiero reclamar, para la ciudad y para el país, la absoluta seguridad de que la nuestra fue la primera transmisión de radio del mundo”, sin olvidar el nombre de Guillermo Marconi, un genio italiano, también pionero, a quién reconoció y admiró por sus proezas técnicas. “De radiodifusión –agregó– fue la primera, y hasta también hubiéramos podido hacerlo dos días antes con un concierto que dio Arturo Rubinstein, pero preferimos la melodía de Parsifal porque aludía al tema de la fe. Desde ese momento nuestros programas siguieron sin interrupciones. Al día siguiente transmitimos la ópera Aída, a la tarde repetimos Parsifal y a la noche ofrecimos Iris. Al otro día pasamos la ópera Rigoletto y después Manón”. Con emoción, Susini recordó que el Coliseo estaba en manos de empresarios italianos que se proponían competir con el teatro Colón, trayendo a la Argentina a grandes figuras de la lírica y la música clásica, coincidente con el verano europeo. Al día siguiente de la experiencia inicial, el diario La Razón publicó una nota titulada “Una audición llovida del cielo”. Señalaba con alborozo y convicción: “Alguien tuvo la feliz ocurrencia de colocar en lo alto de la sala del Coliseo, un micrófono potente. Y anoche, una onda sonora onduló, vermicular, de las 21 a las 24, por el espacio como cubriendo con un sutil colaje de armonías, las más caprichosas, ricas, grávidas de nobles emociones, la ciudad entera. Y por tres horas, los iniciados en el secreto pero también marinos de barcos, operadores de estaciones radiotelegráficas, esclavos todos de la escucha, tuvieron el regalo de una audición de Parsifal. Y a fe que los beneficiados habrán podido creer que esas notas divinas venían del cielo”. A partir de ese momento, sin una programación estructurada, sin horarios, la radio comenzó su camino hasta volverse popular. Y muchos –en principio, los privilegiados que disponían de radios a galena– la adoptaron como una prenda de modernismo, de cambio, la posibilidad de ponerse en contacto con el mundo de una manera sencilla, rápida y eficaz.

Genios y figuras, los cuatro adelantados siguieron con la radio, que ya tenía sigla identificatoria (LOR) y que había pasado de transmitir con sus cinco vatios originales a un equipo de veinte, pero se lamentaban por los escasos beneficios económicos. Algo cansados de la penuria de tener que correr detrás del peso (alguna vez la cantante lírica Alicia Arderius, que fuera esposa de Susini, dijo de él que era “una máquina de perder dinero”), los socios de LOR se la vendieron por 100 mil pesos de la época a Teodoro Prieto y con el dinero crearon la empresa Vía Radiar, la primera compañía de comunicaciones de onda corta en el país. “En ondas cortas –decía Susini– la propagación era muy superior. Y por eso imaginamos un sistema de transmisión mundial de radiotelegrafía y radiotelefonía. No fue nada fácil, pero también llegamos primero a Brasil y después a España y luego al resto de Europa”. Esa compañía la vendieron a la transnacional ITT en una cifra alucinante. Con el dinero obtenido se metieron en el negocio del cine: desde los estudios Lumiton salió Los tres berretines (eran claves de identidad argentina, el tango, el fútbol y el cine, aunque en su trama aparecían muchos de los flamantes ídolos de la radio), una de las primeras películas sonoras realizadas en el país. Y también tuvieron otras iniciativas que juntaron lo técnico con la creatividad, la imaginación con la estética: fundaron en los años 30 la primera fábrica de celuloide virgen para rodajes cinematográficos, patentaron, antes que la RCA Victor de los Estados Unidos, un sistema de grabación de sonido para películas, mejoraron incansablemente los principales elementos de transmisión de la radio, como antenas y micrófonos.

Todos eran cultos e inquietos, pero por sus amplios conocimientos y por su variedad de intereses, Susini merece ser considerado un renacentista en pleno siglo XX. Médico especialista en garganta, nariz y oído, por su especialidad atendió en Buenos Aires y en el exterior a prominentes figuras del canto lírico; pianista desde chico, conocedor profundo de la música clásica, compartió su ejercicio profesional con el desarrollo de la radiofonía y con la dirección de cine (una de sus películas, La chismosa, interpretada por Lola Membrives, obtuvo en 1938 en el festival de Venecia una de las primeras distinciones internacionales para el cine argentino) y de teatro, fue régisseur de óperas y director de zarzuelas y en octubre de 1951 apareció dirigiendo cámaras en la transmisión inaugural de la televisión argentina. Como si fuera poco, se interesó en la explotación de minas de berilio y en el estudio de las propiedades vitamínicas del cartílago de tiburón.

De una prosapia similar a la de Susini y sus amigos merecen destacarse también otros pioneros: Adolfo Cirulli, Federico del Ponte, Francisco Brusa, Teodoro Prieto, Pablo Osvaldo Valle, Benjamín Gache y Antonio Devoto, socios de Radio Grand Splendid Theatre y, desde luego, Jaime Yankelevich.

A la par se conocía la noticia de que la radio llegaba también a otros ámbitos: en 1923, a la Universidad Nacional de La Plata y al interior, la primera de todas en Rosario, y al año siguiente, en 1924, a Santa Fe.

ESCUELAS DE RADIO

En sus primeros quince años, las broadcasting (Argentina y Cultura, Nacional y Fénix, Brusa y Sudamérica, República y Stentor), muchas de ellas vinculadas a comerciantes del ramo radiotelefónico, y algunas de muy corta vida, fueron escuela de todos los géneros. En ese lapso, el medio se convirtió en imprescindible porque la gente se dio cuenta de que esa caja misteriosa de la que salían sonidos diversos, músicas y palabras, tenía la condición de acercarla a mundos desconocidos con la indudable ventaja de no tener que moverse de su sillón preferido. Desde entonces, y por muchos años, la radio se constituyó en el centro del entretenimiento hogareño, y no sólo eso: participó de la construcción de incontables gustos y necesidades personales, culturales, comerciales y funcionó como una organizadora de la vida cotidiana, con nociones como que los dolores de cabeza se iban con un Geniol y, si ese remedio no era eficaz, también la radio les había contado que “Mejor, mejora Mejoral”, que el jabón que más blanca dejaba la ropa era el Federal o que las medias más finas y adherentes eran las de marca Manón. Al respecto, escribió Hugo Paredero, periodista y hombre del medio: “La radio era la reina ordenadora de cada hogar, no sólo porque ocupaba lugares indiscutidos en los usos domésticos sino porque a las mujeres les contaba con qué pildoritas podían regularizar su funcionamiento intestinal y a los hombres cuál era la marca de fijador que les convenía a la hora de peinarse”.

Antes de 1930, los receptores que basaban su funcionamiento en el poder conductor de sonidos de la piedra galena fueron reemplazados por los de válvulas, primero con parlante externo y, más adelante, incorporado. La radio ofrecía un amplísimo menú de atracciones: música culta y popular, deportes a distancia e imaginativas ficciones que, alternativamente, despertaban risa o provocaban llanto, pero además la hora exacta, el aporte de charlistas y recitadores, la información del país y del mundo, programas de preguntas y respuestas, programas dedicados al cine y a los espectáculos, comentaristas de elevado nivel intelectual y los inefables bailables de sábados y domingos, en donde, como en las milongas de verdad pero desde selectas grabaciones, nunca faltaban la típica, la jazz y la orquesta característica.

En noviembre de 1935, con la inauguración de Radio El Mundo (cuya sede en Maipú 555 fue la primera construida especialmente para una emisora, siguiendo protocolos arquitectónicos y técnicos de la BBC de Londres y de la RCA Victor de los Estados Unidos), y por su férrea competencia con las establecidas Belgrano (ya en manos de Jaime Yankelevich y que en 1932 había tenido que cambiar de marca porque un decreto prohibió que una empresa privada llevara el nombre de Nacional) y Splendid, se inicia lo que merece considerarse como la época de oro de la radiofonía. Perdida ya la desconfianza que en los años iniciales provocaba el medio, casi ningún artista conocido quiso estar fuera o alejado de él. Por eso, la radio de los siguientes veinte años fue una fiesta continuada, colorida, animada, casi toda en vivo y cada una dotada de grandes, medianos o pequeños auditorios a los que los oyentes concurrían para ver de cerca y aplaudir a sus intérpretes favoritos.

EL DOLOR DE YA (CASI) NO SER

Aunque más que nada entregada al entretenimiento, emisoras públicas como Municipal (hoy la Once Diez), fundada en 1927, y Radio del Estado (hoy Nacional) y Radio Provincia, ambas de 1937, pusieron en el aire buena parte de los más refinados catálogos musicales y teatrales. Junto con Excelsior y Mitre, también difusoras de temas populares, conformaron los gustos de una elite. Emisoras como Belgrano, Splendid y El Mundo (las tres, con sus cadenas, abastecían de contenidos a más de 45 radios importantes de provincia) ponían en sonido los intereses de una clase media en ascenso, mientras que ondas como Del Pueblo, Antártida y Porteña, voceras de un estilo sonoro punzante, representaban lo que alguien denominó la clase baja de las radios. Cercanas a la clase social que tuvieran, casi todas las estaciones contaban con elencos estables de radioteatros y grupos musicales propios, desde orquestas sinfónicas hasta trío de guitarristas. Como estaba muy sancionada la improvisación (hasta reírse sin justificación frente al micrófono podía merecer una sanción disciplinaria), todo era leído en libretos que salían de una oficina llamada “de Continuidades”, que servía para ordenar, para salvar baches, pero también, en distintas épocas del país, para decidir qué era conveniente decir y qué era mejor callar. Así, con poca opinión y con escasa información de actualidad y política fue la radio de esos años. Una radio muy representativa de un país que demostraba ganas de cantar y bailar, de pasarla bien y de soñar.

En 1955, tras el golpe de Estado que derrocó al presidente Perón, casi todas las emisoras del país (salvo una, LV1, Radio San Juan) estaban en manos del Estado, producto de una larga operación económica que se había iniciado en 1947 con la compra de LR3 Radio Belgrano. Las autoridades militares recién licitaron algunas en 1958. En 1951, el pionero de la radio Jaime Yankelevich, que todavía gerenciaba Belgrano, instaló el primer canal de televisión, el 7, desde siempre de carácter público. El arribo de la pantalla chica (que, en sus años iniciales, en blanco y negro, tuvo que esforzarse mucho para superar su humilde condición de radio con imagen) de a poco le fue quitando géneros, figuras y, en especial, identidad a la radio. Pero la verdadera crisis se produjo cuando entre 1960 y 1966 llegaron para quedarse cuatro nuevos canales privados. Entonces la confusión, provocada por la vampirización de ideas, contenidos y figuras por parte de la TV y en especial por el arrebato de la inversión publicitaria, fue muy perturbadora y se reiteró en muchos la sensación de momento terminal para el querido medio.

El achicamiento fue formidable. A fines de los años 60, las radios tuvieron que resignar sus elencos y orquestas permanentes, se desactivaron los auditorios y muchas emisoras pasaron a depender de la música grabada. Sin embargo, de la mano de una radio (LS5 Radio Rivadavia) que tomó la sabia decisión de permanecer las 24 horas en el aire, de su potencial informativo (el influyente Rotativo del aire), de las transmisiones deportivas de José María Muñoz y su Edición oral deportiva, de un género (el magazine), de varios conductores (Rubén Aldao, Enrique Mancini, Capuano Tomey), de las transmisiones automovilísticas de Carburando y especialmente del show matutino de Jorge Fontana, secundado por las muy brillantes locutoras María Ester Vignola y Rina Morán, y colaboradores periodísticos como Domingo Di Nubila, Silvio Huberman y en sus inicios Magdalena Ruiz Guiñazú, le dieron un empujón salvador a la radio. Más adelante solidificaron ese estilo de radio generalista, que cubre cantidad de gustos y necesidades, programas como La vida y el canto, de Antonio Carrizo, y Rapidísimo, de Héctor Larrea. Otro hecho que ayudó al medio a emerger del sopor fue ese portentoso invento japonés, el transistor, que acercó al país, primero importado, luego de fabricación local, la siempre bien ponderada radio Spica. Eso le permitió a la gente salir con la radio portátil fuera de las casas y pegadas a su oído.

LA RADIO SALVA LA ROPA

En las décadas siguientes, la radio entendió que carecía de sentido luchar contra la televisión, en especial también porque sus principales animadores y conductores comenzaron a brillar en la pantalla. Apelando a lo más propio de su identidad, tuvo en la primera y segunda mañana su horario estelar y, de a poco, también fue recuperando la madrugada. Sumando recursos artísticos y creativos, y tecnológicos, como la utilización de los satélites que la conectaron con el mundo entero, la radio se hizo fuerte en esos horarios y pasó a ocupar el lugar de brillo y pertinencia que había perdido. Fueron decisivos los estandartes del ritmo que nunca debe decaer, de la espontaneidad, del humor y de la información 24×7, que a mucha gente que sólo escucha radio le permite mantenerse al día con lo que pasa en el país y en el mundo.

Con su modelo de pensamiento único y represivo, la dictadura militar instalada en 1976 dañó también a la radio con sus procedimientos que incluyeron censura, listas negras, prohibiciones y el inicio de una precarización laboral que continúa hasta hoy. Fueron los tiempos en que los argentinos tuvieron que volver a sintonizar Radio Colonia y a su informativista Ariel Delgado para poder enterarse un poco más. Pero eso duró poco porque en Uruguay, con otra dictadura, las cosas no estaban mejor que acá.

Luego de la salida de los años oscuros se consolidaron cambios importantes que modificaron la textura sonora conocida. Se produjo un importante recambio generacional, llegaron para quedarse las FM, aportaron lo suyo las radios comunitarias y se produjeron memorables experiencias, como las de Radio Belgrano y de la Rock & Pop, las dos con mucho de vanguardia y rupturismo.

LO QUE VIENE, HOY

La década del 90 y el nuevo siglo que transitamos estuvieron marcados por el borramiento de fronteras entre las emisoras AM y las FM. La radio de hoy está totalmente entregada a la información al instante y, aunque sigue generando títulos para los diarios, también continúa dependiendo de otras agendas. Prácticamente a diario, la radio va dejando atrás su origen analógico y adoptando las fascinantes propuestas que llegan del mundo digital. Internet primero y las redes sociales después, le confirieron alcance planetario, y los sistemas de escucha por demanda modificaron profundamente los pactos preexistentes entre emisor y receptor. Diversas circunstancias, especialmente económicas, pero también relacionadas con la búsqueda de independencia, originaron cantidad de radios online sostenidas con los aportes de sus oyentes y que pudieron seguir adelante gracias a esta metodología. Esta clase de emisoras y el género del podcast, en pleno desarrollo, representan lo que caracterizará a la radio de los próximos años. Por eso se puede decir que hoy, cuando todos los del medio le celebramos los cien años de vida, los locos de la nube recogieron la posta de los locos de la azotea.

Fuente: Revista Caras & Caretas