Radio: Una feria de antigüedades

La grilla está colmada de ciclos históricos que el oyente no abandona.

Por Marina Zucchi (Fuente: Clarín)

Haga el experimento: un cuarto oscuro, una radio encendida. Imagine que, como Marty Mc Fly en «Volver al futuro», usted abre los ojos en la década del ‘50. O adelántese un poco: los fluorescentes ’80. Notará que la radio atrasa. Encantadoramente vieja.

No es crítica. Es elogio de cierta antigüedad. Hay ángulos del dial que de tan arcaicos terminan siendo modernos. Porque se sabe que lo que ya no se usa un día será vanguardia. Que lo anticuado de algunas frecuencias las vuelve de culto. Guetos que siguen escuchando la quiniela, la tómbola, el número cantado por Riverito, el zumbido de los motores de Turismo Carretera, el radioteatro, el crujido de Radio Colonia.Un viaje de punta a punta por la AM puede ser un enriquecedor juego de imaginación. Jugar a cómo era el mundo antes de que en el estudio reine ese algo invisible llamado Wifi. Cómo era antes del chiste de ver radio por HD o de escuchar radio no por la portátil, sino en un teléfono. La vieja radio de hoy nos da una lección de entretenimiento en su estado más primitivo. El oyente recalcitrante sigue amando lo mismo. No espera de la radio el gran artilugio. La psicología del encanto es una ecuación simple: un tono empático, música y una historia.

De historias todavía (y fundamentalmente) nos abriga el éter. Basta saber lo que pasó semanas atrás con Azucena. Azucena, como «la ñata gaucha», la tanguera. Desde Córdoba, una oyente de Ronnie Arias (La 100) le envió por correo dos hojas manuscritas, como electrocardiogramas de tristeza. «Señor Ronaldo», escribió, y el reggaeton furioso que escapaba de los parlantes se apagó de un sopapo. Cordobesa, entrada en años, sola, Azucena le contaba su pena a Ronnie con un desgarro de bandoneón, y el conductor de la ruidosa FM canchera no tuvo mejor idea que clavar los frenos de la adrenalina.Algo impensado para una FM joven en la que el punchi-punchi es oro.

Respetando puntos y comas, con el nudo interfiriéndole la voz, «Ronaldo» fue más hábil que Cristiano. Cuando terminó de leer la carta de Azucena, la solitaria que agradecía que alguien le hablara cada tarde -aunque más no sea por ondas mágicas- ya no era invisible para otros. Su nombre aparecía como Hashtag, su carta era boom en Instagram, y ella, una jubilada cualquiera, andaba demostrando sin querer que en la radiofonía no hay modernidad válida: el anzuelo siempre será la palabra.

Cortinas musicales con olor a naftalina, locutores engolados, orquestas en el estudio, más modestas, claro, que en épocas de D’ Arienzo. No vale ser prejuicioso en este viaje por el túnel del tiempo sonoro. Escuche aJosé Miranda Lugano leyendo las noticias de «El Rotativo del aire» de Rivadavia desde hace más de 30 años e imagínese qué hacía usted (o si existía) hace tres décadas. Escuche a Nora Perlé con sus «Canciones son amores» (Mitre) y piense en que quizá con esa música se conocieron sus padres. Sintonice a Anselmo Marini en La 2×4 y escuche tangos que datan de antes de la creación del Obelisco. Tal vez con todo eso pueda usted armar un rompecabezas de lo que ya no es el mundo.

A más de 20 años, todavía sobrevive el «Te escucho» de Luisa Delfino (Del Plata). Todavía las publicidades futboleras suenan a épocas de José María Muñoz. Todavía «La oral deportiva» resiste a sus 80 temporadas. Todavía torea Don Héctor Larrea. La grilla está llena de antigüedades que para muchos serán desechos, pero para coleccionistas del aire son reliquias. Una cajita feliz que para algunos es comida chatarra y para otros manjar. Quizá sea esa programación añeja la única cosa que nos transporte a donde estuvimos y no podemos volver. O más aún: a donde jamás estuvimos.

Fuente: http://www.clarin.com/extrashow/feria-antiguedades-radio-argentina_0_1259274412.html